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BBC Mundo
El triunfo de Gustavo Petro en las elecciones de este domingo no sólo es un hito porque por primera vez habrá un presidente de izquierda en Colombia, sino también por tratarse de un exguerrillero.
Por ello su victoria se ve como un paso más en la evolución de un país que va dejando atrás la oscura etapa de extrema violencia de finales del siglo XX y como una confirmación del acuerdo de paz con la guerrilla de las FARC en 2016.
Ya hay generaciones que no vivieron la violencia como sus padres y abuelos pero, además, la paz ha dado voz a nuevas demandas sociales y económicas, y la ciudadanía colombiana, pese a la desconfianza que suscita en algunos el pasado guerrillero de Petro, ha decidido confiar en sus promesas de reformas estructurales e igualdad.
Su llegada al poder evidencia también la transformación de un político que en su juventud militó en el Movimiento 19 de Abril (M-19), un grupo guerrillero que buscaba imponer sus ideas mediante las armas pero que se diferenció de otras guerrillas de la época en varios aspectos.
Entre ellos, su origen, que se remonta a un supuesto fraude electoral.
El 19 de abril de 1970, Petro cumplía 10 años.
Ese día se celebraron elecciones presidenciales en las que el conservador Misael Pastrana se hizo con el poder al derrotar al general Gustavo Rojas Pinilla.
Los seguidores de Rojas Pinilla, un militar populista que había liderado un gobierno de facto entre 1953 y 1957, denunciaron un más que posible fraude y comenzaron a movilizarse, dando origen al M-19 (por la fecha del 19 de abril) en los años posteriores.
«La ideología del M-19 se definió con tres conceptos: nacionalismo, democracia económica y política, y justicia social», explica a BBC Mundo el ingeniero, profesor universitario, político y exguerrillero Antonio Navarro Wolff, que fue segundo comandante de la organización.
Además de no ser marxista, algo que la diferenciaba de otras guerrillas de la época, «el Eme» se diferenció en sus primeros años tanto en sus métodos de lucha como en su peculiar estrategia para darse a conocer.
El grupo compró espacios publicitarios en periódicos colombianos y plasmó enigmáticos mensajes.
«Decaimiento… falta de memoria? espere»; «falta de energía… inactividad? espere»; «parásitos… gusanos? espere»; «ya llega».
Bajo estas frases, en blanco sobre fondo negro, un logo con dos triángulos enfrentados y unas siglas entonces desconocidas: M-19.
En 1974 completaron con éxito su primera misión: robar la espada de Simón Bolívar de la casa-museo Quinta de Bolívar en Bogotá.
«Bolívar, tu espada vuelve a la lucha. Con el pueblo, con las armas, al poder», proclamaron.
Esta simbólica acción sirvió para dar a conocer a la guerrilla, que se atribuía la causa del Libertador frente a un poder político al que tildaba de antidemocrático, tiránico y corrupto.
Pero el simbolismo fue dando paso a otro de sus principios: la lucha armada. Y «El Eme» se manchó de sangre por primera vez en 1976, con el secuestro y asesinato de José Raquel Mercado, un líder sindical al que acusaban de traición.
Gustavo Petro entró en la guerrilla a los 18 años, en 1978, cuando residía en Zipaquirá (al norte de Bogotá) y cursaba segundo grado de Economía en la universidad.
«La idea de unirme al M-19 me daba susto. No era un asunto cualquiera. Era entrar a una cuestión armada», afirma en su autobiografía «Una vida, muchas vidas».
«Todo ocurrió de forma muy rápida. Pasamos de los círculos de cafetería y las discusiones abstractas a ser seducidos no solo por la idea de que tocaba organizarse a través de las armas, sino de que a la organización que debíamos pertenecer era el M-19».
Sobre el motivo de su integración en la guerrilla ha mencionado en varias ocasiones la desigualdad social en Colombia, a lo que se sumaron las ideas izquierdistas entonces populares entre la juventud latinoamericana y del mundo, aunque no las más extremas.
«Esta era una concepción completamente diferente a la del ELN, las FARC, el Partido Comunista o los diversos grupos de izquierda universitaria, que entablaban un diálogo con modelos como el soviético, el cubano o el chino, mientras que nosotros pensábamos en un proyecto propio nacionalista y democrático».
A los 21 años combinaba su militancia clandestina en la guerrilla con el cargo oficial de concejal de Zipaquirá.
Petro, que en esos años militaba en las bases de la organización, reconoce que recibió entrenamiento militar y empuñó un fusil, aunque asegura que nunca tomó parte activa en acciones armadas, algo de los que sus críticos dudan.
En su lugar, asegura haber participado en tareas de distribución de propaganda ideológica y en otras iniciativas pacíficas como el reparto de alimentos en comunidades desfavorecidas.
«Había personas que estaban dedicadas a la actividad política, haciendo una labor de proselitismo. Esas eran las tareas que desempeñaban Petro y otros cuadros», dijo a BBC Mundo el exmilitante del M-19, analista político y escritor Darío Villamizar.
A finales de la década de 1970, el M-19 protagonizó varios secuestros y robos (entre ellos el del Cantón Norte del ejército en Bogotá, de donde sustrajeron más de 5.000 armas), aunque fueron los años 80 los de mayor actividad delictiva con ataques armados, atentados y asesinatos.
En febrero de 1980 el M-19 asaltó la Embajada de la República Dominicana, donde se celebraba un cóctel con diplomáticos de varios países a los que tomaron de rehenes.
Tras casi dos meses de negociaciones el suceso acabó sin derramamiento de sangre y con varios de sus protagonistas refugiados en Cuba, que en esos años acogía a guerrilleros latinoamericanos y les daba entrenamiento militar.
En plena espiral de violencia en la sociedad colombiana, el M-19 también protagonizó un enfrentamiento abierto con el cartel de Medellín de Pablo Escobar.
«Fue el resultado de la actividad armada del M-19 en Medellín. Fue parte del conflicto armado», indica Navarro Wolff.
Tanto el cartel de Medellín como las fuerzas de seguridad colombianas infligieron numerosas bajas al grupo.
La acción que marcaría para siempre al M-19 fue la toma del Palacio de Justicia en noviembre de 1985 que se saldó con más de 100 muertos y desaparecidos, entre ellos 11 magistrados de la Corte Suprema, tras un cruento combate entre los guerrilleros y el ejército y el incendio del edificio.
La Comisión de la Verdad, creada para esclarecer sucesos del conflicto armado interno en Colombia, investigó la masacre y declaró como responsables tanto al M-19 como al presidente Belisario Betancur y al Ejército Nacional de Colombia, cuya acción consideró desproporcionada.
Hasta hoy existen incógnitas sobre el suceso, desde que la toma fue pactada con el cartel de Medellín para eliminar documentos incriminatorios (versión de exmiembros del cartel que la guerrilla negó) hasta la supuesta connivencia con militares que conocían de antemano el plan del M-19.
Petro, a quien sus detractores vincularon con la toma del Palacio de Justicia, se encontraba en la cárcel cuando ocurrió el suceso.
Fue capturado por el ejército en octubre de 1985 y acusado de tenencia de armas. Asegura que los militares lo golpearon en varias ocasiones y después pasó 18 meses en la cárcel, hasta febrero de 1987.
«Eso me dio más aliento de que este país hay que cambiarlo, y de ahí salí a los 27 años. Ya no me decían Gustavo, Francisco o Petro, me decían Aureliano», relató en una entrevista reciente.
Su alias en el movimiento clandestino, Aureliano, fue un homenaje al coronel Aureliano Buendía (personaje de la novela «Cien años de soledad», de Gabriel García Márquez) a quien admiraba, aseguró, por ser «el coronel de las mil batallas perdidas».
Petro participó en la segunda mitad de los años 80 en las negociaciones de paz con el gobierno, que no dieron resultados hasta el final de la década.
En 1990, tras un último proceso de diálogo de 14 meses, el M-19 y el gobierno colombiano firmaron un acuerdo de paz, el primero entre un Estado y una guerrilla en América Latina.
Los 10 puntos del acuerdo incluyeron, entre otras cosas, la renuncia a las armas del M-19 y su incorporación a la vida política del país bajo el nombre Alianza Democrática M-19 (AD M-19). Gustavo Petro fue uno de sus cofundadores.
Tras una sangrienta campaña en la que asesinaron a su líder, Carlos Pizarro, la AD M-19 logró un 12,48% de los votos con Antonio Navarro Wolff como cabeza de lista en las elecciones presidenciales de mayo de 1990 ganadas por César Gaviria.
El mayor logro del partido llegó meses después: obtuvo 19 asientos, sólo seis menos que el oficialista Partido Liberal, en los comicios en los que se eligieron los miembros de la Asamblea Nacional Constituyente de 1991.
«La AD M-19 presentó un proyecto de Constitución completa y diría que el 70% fue finalmente incluido en el texto aprobado», asegura Navarro Wolff, uno de los tres presidentes del grupo redactor de la Carta Magna vigente hoy.
Petro alcanzó la Cámara de Representantes en 1991 por el departamento de Cundinamarca.
Las elecciones de 1994 y 1998 dejaron sin representación al AD 19-M, que finalmente se disolvió en 2003, aunque varios de sus miembros han ocupado desde entonces cargos electos bajo siglas de otros partidos.
Petro consolidó su carrera política en las décadas de 1990 y 2000, siendo elegido senador en 2006 y alcalde de Bogotá en 2012, puesto que desempeñó hasta 2015.
Se presentó como candidato a la presidencia en dos ocasiones sin éxito. Hasta ahora.
La semana pasada, en uno de sus últimos viajes de campaña, un vecino de Caldas (entre Bogotá y Medellín) planteó a Petro la posibilidad de revivir el M-19.
«Yo no sé si revivirlo, porque eso es como los Beatles. Queda el espíritu ahí, pero también reiniciarlo se vuelve problemático, porque ya no es lo mismo. Es otra historia, otra vida», respondió.
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