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Vanguadia
Crónica de una familia que busca a su ser querido, asesinado por los paramilitares. En el país se registran 99.235 personas desaparecidas en medio del conflicto armado. En Santander esta cifra alcanza las 4.234 personas.
Georgina sabe ya que la vida no es un juego inocente. Tiene 10 años. Lo entiende claramente al escuchar las conversaciones que le quieren ocultar. Pero ella, a su corta edad, se da las mañas para saber qué ocurre en el mundo de los mayores. Atónita, con los ojos bien abiertos y sin perder detalle, escucha cada palabra que ellos pronuncian. No son noticias buenas. No son nada inocentes para una niña.
Ella vive en una casa del barrio Primero de Mayo de Barrancabermeja. Con sus amigos sale a jugar “al papá y a la mamá”. Entre los niños de la cuadra, a veces, llaman a la señora Margarita, una amable vecina que acostumbra a sacar una manguera, para luego empaparlos con agua cuando se detienen frente a su casa. Mientras ellos dan saltos y sonríen, Barrancabermeja flota entre un calor sofocante.
Luego de dos episodios de trombosis, la mamá de Georgina está postrada en una silla de ruedas. Su padre es un pescador de toda la vida, con la piel curtida por miles de amaneceres al lanzar un chinchorro en busca de bocachicos y bagres. Desde siempre navega en el gran río, que parece una gran serpiente plateada, a veces quieta en la monotonía de las aguas, y a ratos ruidosamente violenta, entre remolinos y troncos traicioneros. Algunas veces ese río da vida, en la sucesión de sus puertos siempre bulliciosos, y en otras es mensajero de muerte. Como le ocurrió a esta familia.
El padre de Georgina conoce bien este río. Él es poco elocuente. Ella lo ve todos días regresar de trabajar con algunos peces para cocinar. En otros trae también mango dulce, que le gusta a ella comer con las manos hasta quedar bien embadurnada. Su padre no habla mucho. Es su costumbre. Nunca se refiere a la muerte de sus dos hijos. No narra su dolor. Todo se lo queda. No cuenta lo que siente. Hasta su último día, esas preguntas siempre se rompieron ante él, como lo hacen las tercas olas que chocan contra rocas filosas en la playa.
Mataron a Lilia Esther…
Una vecina acaba de llegar con la noticia. Georgina se preparaba para salir al colegio. Le acaban de decir que ya no irá. Un gesto inequívoco de horror acompaña a la niña al escuchar la suerte de su hermana. Todo se derrumba en esa casa a partir de esa visita. Su padre se sube en la bicicleta para llegar hasta al lugar donde está su cuerpo. Sí, es ella. Georgina es enviada por razones de seguridad a otro barrio. En la familia se anida el temor. Duerme por 15 días en la casa de una prima.
Lilia Esther Morales Altahona es la hermana mayor de Georgina. Tiene 18 años y un hijo de un año de edad. En la última acción de su vida regresaba de la guardería a la casa. En el trayecto alguien se le acerca. Le dispara dos veces en la cabeza. Su cuerpo queda en el pavimento frente a la plaza de mercado del barrio La Esperanza, muy cerca del lugar donde vivía. Lilia Esther se dedicaba a las labores domésticas y al cuidado de su hijo. Todo el mundo en el barrio, en una especie de resignación colectiva, se pregunta por qué ella. Lilia Esther era una buena persona, no le debía nada a nadie. Los vecinos cercanos se santiguan ante la noticia. Algunos lloran y otros, quienes no la conocían tan bien, siguen en sus quehaceres en una región acostumbrada desde hace años a los asesinatos. Impávida, Barrancabermeja solo ve en silencio el frío de los muertos regados por las calles calurosas.
La noticia de la muerte de Lilia Esther con los días se fue asentando, como lo hace el lodo en el fondo de los ríos con corrientes ocultas, en una ciudad disputada por la guerrilla y los paramilitares. Los barrios de esta zona son dominados por el Eln, que con los años perdieron territorio ante la arremetida de los paramilitares. En el sector, antes del homicidio de Lilia Esther, se hablaba de carros extraños que circulaban por las calles. Del tránsito de hombres con capuchas y armas que se movían a su antojo. Del toque de queda no formal que operaba desde las muertes más recientes a partir de la siete de la noche. Del miedo que los obligaba a no salir de las casas. Pero nadie, daba razón de por qué la mataron. Con el tiempo finalmente aparece una hipótesis. Dicen que Lilia Esther presenció un homicidio. A nadie le gustan los testigos en este barrio. Menos al Eln.
– No fui a su velorio. No me dejaron verla. Yo era muy niña. No querían que la recordara así como quedó…
Lo dice Georgina, como un mal latido, manchado de sangre ahora que tiene 35 años de edad. Ese recuerdo es uno de los muchos que le magullan a cada rato, a fuerza de puntapiés, su fuerte espíritu. Pero no es la única muerte. La vida, otra vez, la pondrá de frente con la pesadilla de los asesinos.
Un aguacero y la decisión de no buscar más
Georgina Morales Altahona permanece ahora sentada en un extremo del parque principal de Puerto Berrío. Llegó pasada la 1:30 de la tarde. Es agosto de 2019. Tiene 33 años y es una líder en Barrancabermeja. No se mueve del parque. Permanece en silencio, rumiando su dolor. Es un día oscuro, no tan caluroso en una zona que parece ser la caldera del mismísimo infierno. Hoy parece distinto. Lloverá pronto. Nubes espesas se arremolinan en lo alto.
Georgina ya no es una niña. Alrededor de ella se concentra una especie de niebla, profunda, espesa e invisible para todos los demás, que le estrangula los pensamientos. Los encierra en un calabozo. Le hace tragarse las palabras. Las esculca con el recuerdo. No para de llorar. Una sensación extraña no deja de rodearla. Su vida se hunde en las turbias profundidades de fracasar por encontrar a su hermano Edinson. Como el frío acero de un cuchillo, admite entre pesares, que la decisión que acaba de tomar es la peor de su vida. No cambiará de parecer. La decisión está tomada.
Georgina se levanta del parque luego de más de una hora y media pensando en el miedo, el dolor, la incertidumbre. Intentó no hacerle caso a la indiferencia por la violencia que sufrió desde niña, pero la torpeza de la vida le acababa de confirmar que debía dejar las cosas así. Sin joderse tanto. El pasado ya ocurrió y pareciera que es mejor dejarlo quieto. Continuar la vida sin mirar a los muertos de ayer. Se sube a la moto. Busca carretera para regresar a Barrancabermeja. En el camino empieza a llover. La llovizna da paso a un aguacero. Está empapada. La tormenta la acompaña hasta el final. Un vapor de tierra húmeda entra a su casa con ella.
– Ese día me dije, hasta aquí llegué. No lo busco más…
Rezos a desconocidos
En el cementerio católico La Dolorosa, en Puerto Berrío, es común ver vasos de agua junto a tumbas sin identificar, o que desconocidos adoptaron y le otorgaron nombres, siempre que tuvieran una relación directa con algún santo cristiano. Los vivos de este municipio antioqueño les prometen a estos muertos desconocidos desde misas, rosarios, hasta cuidados a sus tumbas. Todo a cambio de favores. ¿Entonces el agua?
– La dejan para calmar la sed de los muertos…- Dicen en este pueblo separado de Barrancabermeja por el río Magdalena y distante dos horas y media por carretera.
Puerto Berrío es un municipio de 51 mil habitantes. Desde el año 2000, luego de ver pasar los cadáveres que los actores armando lanzaban al río Magdalena para el olvido, la comunidad decidió rescatarlos. No solo les dieron una tumba, los adoptaron. Los pescadores los encontraban. Los sacaban de las aguas. Los llevaban hasta el cementerio La Dolorosa y luego los sepultaban en bóvedas con la marca “NN”. Quienes visitaban el cementerio empezaron a ‘bautizarlos’ a su gusto.
El Centro de Memoria Histórica registra en esta localidad 852 casos de desaparición forzada. La gente tomó la costumbre de rezarles por el descanso de sus almas y también para que intercedieran por ellos y les cumplieran toda clase de peticiones. Los registros de estos cadáveres se consignaron en un archivo que llevaba el sepulturero de esta época, en la actualidad tal cuaderno, como su autor, permanecen extraviados.
Hacerle un seguimiento a los cuerpos es todo un reto. Muchos de los adoptantes con el tiempo pagaron a la parroquia de Puerto Berrío para sacar del pabellón de los “NN” muchos cadáveres y trasladarlos a osarios, marcados con los nuevos nombres otorgados por los padrinos. Muchas víctimas del conflicto armado fueron rebautizadas y esparcidas a lo largo del cementerio La Dolorosa.
Precisamente la Jurisdicción Especial para la Paz, JEP, y la Unidad de Búsqueda de Personas Desaparecidas alertaron que los restos humanos en este lugar enfrentan riesgos “gracias a las exhumaciones que venían realizando la parroquia del lugar y la práctica cultural de la región de adoptar cadáveres, cambiando la información que permita la trazabilidad para identificarlos” para procurar lograr la entrega digna a sus familias.
En cinco intervenciones, adelantadas por expertos forenses, se han recuperado 146 cuerpos, de las 2.044 personas que se calcula fueron desaparecidas durante el conflicto armado en esta región del Magdalena Medio por parte de diferentes actores armados.
Precisamente esta semana la JEP extendió por seis meses más la protección sobre varias zonas del cementerio La Dolorosa donde ya se han “identificado 356 bóvedas, dos celdas de custodia y cinco osarios donde podrían encontrarse víctimas de desaparición forzada”. La ampliación de este tiempo permitirá culminar la intervención de más de 119 puntos de interés forense que aún les restan por explorar en el camposanto.
– No se ha concluido el abordaje de la totalidad de las bóvedas y lugares objeto de este trámite cautelar, por lo que se precisa mantener la medida adoptada, en tanto a la fecha si bien se han intervenido un importante número de lugares, faltan al menos 119 sitios de interés forense ubicados en bóvedas y los cinco osarios comunes. – Afirma la magistrada de la JEP Reinere Jaramillo.
En una de esas bóvedas podrían estar los restos de Edinson Morales Altahona. El hermano de Georgina. La misma que una tarde lluviosa, envejecida por el dolor a pesar de ser joven, como penitente de ropas mojadas decidió no buscarlo más.
Edinson, el risueño
Su primer reflejo fue tratar de evitar el golpe que vendría de su padre Eladio. Georgina sabe que la castigarán. Horas atrás, ella, jugando, sin querer, dañó las gafas de su papá. Las abrió más de la cuenta y les rompió las terminales, “las patas” de las gafas. A sus 12 años, lo único que se le ocurrió entonces fue pegarlas con Colbón. Dejarlas donde siempre las encontraba él y esperar que mágicamente, por los poderes prodigiosos del pegante, todo volviera a la normalidad. No podía estar más equivocada. Al rato, el viejo pescador busca sus lentes. Se los lleva al rostro, al mismo tiempo que se desprende la montura. La niña escucha que la llaman con ímpetu. La furia agria de su padre no da espera.
– ¡Georgina! ¡Las dañó! Le voy a pegar…
Georgina ve los descoloridos ojos de enojo de su padre y el golpe que presidiría esas palabras, pero su hermano Edinson salió en su defensa. Evita la paliza haciendo caer en cuenta a su papá que ella es solo una niña, donde no habita la maldad, más bien las ganas de jugar y una torpeza sin precedentes en la historia de la familia. Edinson hace hincapié que con el fuerte regaño es más que suficiente. Alerta que ella ya entiende que con ciertas cosas de la casa nunca se puede jugar, como las gafas del viejo pescador, indispensables para moverse con nitidez por el río.
– Georgianita, no lo vuelva a hacer. No ve que le pegan…- Le dice Edinson con cariño.
Edinson tiene 26 años. Acababa de prestar servicio militar, tiempo en el cual, siempre que tenía permiso, llegaba con mercado a la casa para alegrarle los días a todos. Georgina a esa edad, 12 años, lo veía como el hombre más guapo del mundo. Es alto. Siempre luce una sonrisa filosa, su principal arma en los bazares que se organizaban en el barrio, donde casi siempre canta a todo vozarrón vallenatos. Especialmente su favorito de Diomedes Díaz y Juancho Rois.
– Si yo pudiera, alzar el vuelo…, alzar el vuelo como hace el cóndor que vuela alto muy alto. Me fuera lejos…
A Georgina también le gusta como Edinson cocina. En especial le encanta sentir su mano tibia cuando la peinaba.
– Era un hombre guapo, extrovertido, risueño y con mucha picardía. Nos comíamos siempre una frijolada deliciosa que él preparaba. Era un hombre maravilloso…
Una mañana llega Edinson a la casa y presenta a su pareja sentimental. La mujer, de unos 20 años, se queda a vivir con ellos. Hizo parte de la familia. Ella era procedente de Medellín, pero tenía familia en Puerto Berrío. Por unos meses vivieron en Barrancabermeja y otros más en Puerto Berrío.
– Mis padres nunca estuvieron de acuerdo con esa relación. No era una relación sana, más bien tóxica. Se presentaban discusiones, problemas. No recuerdo bien por qué temas, porque en ese entonces era una niña. Ellos discutían mucho. Se gritaban e insultaban. Mi padre nunca estuvo de acuerdo con esa relación, pero tampoco se metía en la vida de ellos. Luego de más tres años, los dos se separan. Edinson se regresa a Barrancabermeja y ella se queda en Puerto Berrío. Pero él siguió buscándola…
Es abril de 1999 y Edinson, ya lejos del servicio militar, se despide de todos en la casa. Toma transporte para Puerto Berrío. Va a buscarla a ella. Nuevamente. Una vez más se resiste a perderla.
– Es la última vez que veo a Edinson. Estaba donde una tía y fue a despedirse. Llegó ese día con su sonrisota a saludarme.
La noticia
La casa tiembla con el estampido que genera la noticia. Georgina no sabe qué hacer a sus 12 años cuando escucha el mensaje que entrega un hombre desconocido.
– Al hijo del señor Eladio lo mataron. Está en Puerto Berrío, que vayan a buscarlo…
Cuando Eladio llega a Puerto Berrío se encuentra una bolsa de basura junto a la orilla del río. El lugar no solo hierve de calor. Los paramilitares que controlan la zona lo siguen. La gente le dijo que allá estaba el muchacho. El viejo pescador, lejos de su canoa, se acerca a la bolsa. La abre. Adentro está su hijo cortado en varias partes. Ningún padre debe ver lo que Eladio observa. Su muchacho reducido a pedazos de carne y sangre. No se derrumba por no darles gusto a los verdugos.
– No moleste por acá. Deje eso así o le va a pasar lo mismo. –Escuchó de un hombre que armado le solicita que se retire del lugar y deje todo tal cual.
Eladio no tuvo más remedio que echarle una última mirada a esa bolsa de basura y caminar de regreso a la estación de buses para volver a Barrancabermeja. Desde ese momento no vuelve a decir nada. Su familia lo vio enflaquecer, hacerse viejo, llevando su dolor a cargas sin decir nada. Un extraño en sí mismo. Su vida, desde entonces fue una enmarañada por los rencores. Se tornaba turbia como el río que debía navegar todos los días y que bien pudo ser el charco de las lágrimas por sus hijos asesinados.
Georgina esa noche intenta dormir pero no puede. Así siguieron los días siguientes. La niña hunde su cabeza en la almohada, tratando de conciliar un sueño imposible.
– No paraba de llorar de niña. Ese llanto se me convirtió en rabia contra todo el mundo. Me convertí en una persona no sociable. Una que le dice a la vida que no tiene por qué vivir. Tiempo después mi mamá murió por su enfermedad. Mi papá también murió. Mi hermana ya había muerto y sufrí con el asesinato de Edinson. Nosotros no pedimos ser parte de esa guerra, pero nos tocó…
A veces, de niña, Georgina preguntaba a su padre por Edinson y la respuesta siempre fue la misma.
– Eso olvídelo. Yo no voy a hablar de eso, me decía. La muerte de mi hermano, verlo así en esa bolsa de basura, marcó a mi padre hasta su muerte. Como familia nunca pudimos enterrarlo. Pensamos que los paramilitares lo habían lanzado al río, como sucedió con muchos en esta región.
Una esperanza
Tan pronto confirma Georgina la noticia, decide viajar al día siguiente, a primera hora, a Puerto Berrío. Se irá en motocicleta para estar a las ocho de la mañana en punto. Para ser la primera en ingresar a la Registraduría, cuando abran las puertas. Es agosto de 2019. Ella ya no es una niña de 12 años. Tiene 33 años y una amiga de la Registraduría, que conoce la historia de su familia, le acaba de confirmar que existe un registro de defunción de su hermano Edison. Contrario a lo que pensaban, no fue lanzado al río Magdalena.
– Después de más de 20 años regresan esos sentimientos. Me pasan mil cosas por la cabeza. Quiero saber qué pasó con su cuerpo. No se imagina la felicidad de encontrar esa pista. Si hay un registro de defunción, hay una tumba. Un lugar para ir a visitarlo. Estaba feliz por eso, pero también asustada de conocer la verdad de su muerte.
Georgina obtiene el registro civil el 19 de agosto de 2019. El documento certifica que se trató de una muerte violenta y que los restos humanos fueron llevados al cementerio La Dolorosa.
– Salgo corriendo para el cementerio. Pensaba que iba a encontrar la tumba de mi hermano, pero allí termina mi felicidad. No hay registro del lugar donde fue sepultado. Me dicen que pudo ser enterrado en una fosa como un “NN”. En este pueblo adoptaron a los muertos que lanzaban al río. A muchos les cambiaron el nombre o las fechas de cuando los encontraron. Quedé decepcionada. El sepulturero de ese momento fue amenazado, por sus vínculos con los paramilitares y se llevó el libro donde dice quién está en cada bóveda. Sigue vivo, pero nadie sabe dónde está.
Georgina sale pasado el mediodía del cementerio y se sienta en un costado del parque principal de Puerto Berrío. Llora en silencio. Pastorea su dolor. Parece que va a llover. Allí se queda más de una hora, cuando decide regresar. Una tormenta la acompaña en su camino. Un vapor de tierra húmeda entra a su casa con ella, ya convencida de renunciar.
– Ese día me dije, hasta aquí llegué. No lo buscó más…
En el país se registran 99.235 personas desaparecidas en medio del conflicto armado. En Santander esta cifra alcanza las 4.234 personas. Sus familias guardan la esperanza que regresen con vida. Una de ellas es la familia de Georgina. En los últimos meses cambió de parecer. Entró en contacto con la Unidad de Búsqueda de Personas Desaparecidas y está a la espera que le tomen una muestra de ADN para corroborarla con registros obtenidos en el cementerio La Dolorosa.
– Espero que mi hermano aparezca y por fin descanse en paz.
Sobre los motivos de la muerte de Edinson no hay datos precisos. Se cree que su expareja sostuvo una relación con un paramilitar en abril de 1999. Cuando Edinson la busca para regresar fue secuestrado. Una noche fue llevado a una canoa. A orillas del río Magdalena fue atado de pies y manos. Torturado con un alicate. Murió cuando un jefe paramilitar ordenó cesar con la tortura y asesinarlo con una motosierra.