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Por Gerney Ríos González
Enrique el Navegante de Portugal, había estimulado las incursiones a oriente y finalizando el siglo XV la ruta hacia las especias ubicadas en la actual Indonesia, las islas Molucas, era un mare clausum, un mar sin salida, y únicamente los portugueses tenían la clave de esas aguas apocalípticas que engullían naves y sueños, pero que permitían llegar al paraíso de la pimienta, considerado el oro negro, con su mejor cliente los árabes, que lo negociaban a 88 veces su valor.
España se había quedado con el hueso raspado, pues en América no existía la nuez moscada ni la pimienta, la misma que hoy se produce en el Putumayo. En su oscurantismo y nihilismo, el papa, con el tratado de Tordesillas, había fragmentado el planeta entre las dos naciones ibéricas, entregando a Portugal el archipiélago de las Molucas, reino de las especias.
Como nadie es profeta en su tierra, Magallanes o Magalhaes, un genio de la oportunidad, despreciado por el rey Manuel de Portugal, puso en manos de España una estrategia para conquistar las Indias y contextualizar las fronteras de Tordesillas, argumentando que, por equivocación cartográfica, las islas Molucas no pertenecían al imperio hispano. Con su visión propuso a la Graciosa Majestad y a Don Carlos V de Alemania y I de España, desplazarse hasta el extremo del mundo, atravesar con sus naves del océano Atlántico al Pacífico, conquistando un mundo nuevo pletórico de riquezas.
Dicho y hecho
La línea imaginaria –trazada por el Tratado de Tordesillas-, que en principio debía unir Laguna, en el Estado de Santa Catarina, la frontera del infierno de abismos insondables poblada por monstruos terroríficos para los antiguos, pero que los modernos a finales del Siglo XV empezaban a ver como puerta tendida al futuro.
De acuerdo con esa partición, Portugal tenía derecho a 2 millones 800 mil kilómetros cuadrados de territorio suramericano. El resto de lo que hoy constituye la superficie de Brasil fue logrado por la corona portuguesa al cabo de una larga serie de negociaciones, amenazas y todo tipo de trampas.
Al margen de esas operaciones, que terminarían de dar su actual fisonomía al Brasil, el Tratado de Tordesillas tuvo más de un siglo y medio de vigencia. Dentro de lo fraudulento y atrevido – el avance brasilero- desmembró los territorios de Paraguay, Bolivia y Colombia, mira aún hacia el océano del futuro: el Pacífico.
Una delimitación territorial que se mantuvo hasta el año 1580, fecha en que la Península Ibérica fue integrada por la fusión de los dos reinos. Infortunadamente durante el tiempo de la unión no se controló la frontera en el nuevo mundo, se creó la visión de un espacio abierto al movimiento de portugueses y españoles; al separarse los dos reinos, España no disponía de una política de redefinición territorial concreta, por lo cual se abrió paso a la ocupación de hecho de paulistas o bandeirantes brasileros hacia la desguarnecida área amazónica, otrora región de influencia hispánica.
Los bandeirantes en la búsqueda de oro, tierras e indios esclavos, penetraron sin oposición a través de las redes hídricas amazónicas y empujaron la frontera brasilera, lo que no fue percibido en toda su gravedad por los gobernantes andinos de la época, entre otras razones por las guerras civiles y problemas que azotaron a América Latina durante los Siglos XIX y XX, de análoga manera por la ignorancia geográfica acerca de los territorios que poco a poco se perdieron.
Bolivia fue mutilada de zonas importantes como El Acre; y en el caso colombiano es clásica la perdida territorial de las extensiones de los ríos Putumayo, Caquetá y Vaupés.