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(Cuento de navidad)
Por Elías Prieto Rojas
Y entonces el anciano nos señaló a la distancia ese gran árbol luminoso que con sus diversos colores y matices encandilaba a todos los demás. Y hacia Él nos dirigimos, con la esperanza de saber cuáles eran sus secretos, porque al mostrarse diferente a todos, y en medio de la tupida selva, queríamos descubrir sus orígenes, puesto que sus reflejos al producirnos un alucinante efecto, y al ser nosotros catalizadores de su eficaz energía, significaba que “algo” podría esconderse entre su cuerpo, y por eso decidimos viajar a conocerlo, y cómo para variar y asombrados, quisimos llamarlo: “entusiasmo, o inspiración divina”.
Varios y eternos minutos de camino y el cansancio nos invadía…
Al contemplar de frente su descomunal figura quedamos enceguecidos, aunque en determinado momento su luz se apagó durante un largo rato y fue en ese momento cuando, y apoyados con nuestras linternas, pudimos observar ramas desvencijadas, rotas, débiles, y flores cuya belleza sugerían alegrías… se veían pálidas, con escoriaciones, es decir: todos los elementos de su iluminado ser pugnaban por cuidar sus maltrechos atributos que ya no mostraban brillo ni artilugios…
De pronto, un atronador relámpago iluminó la enmarañada vegetación e intempestivo un despliegue de luces y serpentinas inundó la estancia y el bosque recobró su fantasía porque miles de flores, ahora sí, abrieron sus pétalos…
Y sentimos que nuestras venas se conectaban con la potente savia del bosque y fue ahí cuando nos vimos inundados de una fuerza misteriosa que emanaba de aquellos seres vivos y no hubo tiempo sino para sacudirnos, viéndonos lanzados a una cuarta dimensión.
Duramos varios segundos arrobados y esplendentes fuimos plumas, pasajeros fugaces de un ciclón mientras el majestuoso bosque como un inmenso océano se dilataba y se encogía…
Después vagamos perdidos en un mundo sin tiempo porque no sabíamos cómo habituarnos y menos comprendíamos cómo vivir con ese poderoso magnetismo…
Una noche de grandes estruendos y torbellinos, en los confines del universo, de la infinita energía surgió un gran pájaro azul que al deambular por la bóveda celeste e impregnarse de partículas y de polvo cósmico, de a poco, y por efectos de la gravedad, sus vistosas plumas se fueron convirtiendo en lenguas de fuego que atravesaron los diversos cinturones de asteroides y sistemas planetarios, y que con sus miles de colores fueron de una en una, depositando sus cenizas en cualquier parte del mundo.
Y allí donde había una gran cantidad de aire puro se fueron sembrando sus semillas…
Nosotros mientras tanto seguíamos estacionados en esa otra “sin salida”; mágico lugar donde anidan las partículas elementales de la materia, o “mass gap” … sitio escondido, problema matemático que nadie ha logrado resolver: allí residíamos… pero en medio de tantos interrogantes nació un sentimiento que como un carnaval creó una alegría indescriptible la cual nos embargó, pues al otear en la distancia vimos y escuchamos un tenue zumbido que luego se convirtió en trompetas y algarabía porque sus habitantes se ofrecían regalos…
Éxtasis, buen humor… bondad, y sin que nadie lo esperara tronó una voz de las profundidades de la vía láctea que ordenó en repetidas oportunidades… “esparcir compasión… esparcir compasión… esparcir compasión” … y nos encontramos, otra vez en la tierra, pero oh sorpresa: unas grandes alas pegadas a nuestro cuerpo ahora volaban con nosotros.
Y aconteció que al regresar de nuevo al bosque encontramos varios pájaros, como nosotros, que aterrizaban heridos de muerte, sólo que, en su inercia, al tocar el iluminado árbol, ahora mismo los alados se recuperaban…
Esos infelices pájaros, heridos y sin plumas, y ateridos de frío y de muerte ante el roce con el gran árbol y por encanto se curaban.
¡Cuántos sufrimientos tuvimos que soportar para comprender la vida!
Y entonces acordamos, oh pájaros llenos de infortunio, que esa noticia se debía difundir para beneficio de todos, y cada uno de los seres vivos que deambulaban por el planeta.
Pero necesitábamos que alguien superior a nosotros conociera y apoyará nuestro plan; que hubiese una cabeza visible que respondiera ante las preguntas e inquietudes y que fuese de alta estima para motivar a tantos desconcertados y pusilánimes individuos que pululan por ahí con la triste idea de sólo comer y dormir.
Y entonces acudimos a La Sabiduría…
Citamos, en un rapto de inspiración, a un consejo de ancianos pájaros (ahora que seguimos vivos alguien nos confesó que se les llama ángeles), para que deliberaran, a pesar de sus ocupaciones, dolores y sufrimientos; y bailando mapalé y con gran alboroto y entre ellos eligieron al Gran Hermano; un árbol, alto como el cielo: –Hyperion-, que era reverenciado por sus colegas como “el dueño de la fuerza misteriosa” …
Y después, porque este mensajero de Dios así lo quiso, contratamos palomas mensajeras, rémoras, marcianos y hasta tortugas para que convencieran yendo a los lugares más recónditos del universo obsequiando esa medicina para los mortales…
Hyperion, concluyó que mientras no se agradezca por todo al Señor del Gran Bosque ningún otro árbol, o ser, o individuo, o mortal, u hombre, o dama, podría ser iluminado.
Una paloma que veloz pasó cerca de nosotros nos confesó que, y a pesar de vivir iluminado, ese gran árbol –el más alto de todos- también contiene recónditos espacios oscuros debido a la eterna lucha entre el espíritu y la materia, pero que,y por amor a la humanidad, una más esclarecida energía – “el padre de esa fuerza misteriosa”- trabaja a diario para que “el entusiasmo, o la inspiración divina”, se desborde en beneficio de la propia vida.
Mientras tanto, Hyperion, o el árbol luminoso, se encarga de enviarles “sus mensajes” a siete mil millones de seres que habitan en la esfera terrestre.
Y nosotros los pájaros junto con millones de abejas seguimos volando y llevamos la noticia, o el polen, que salva al mundo.
Y nuestra esperanza es que un día volarán todos los pájaros con una rama de olivo, y puestos de acuerdo, sus potentes picos como punzantes taladros penetrarán la dura corteza del planeta tierra y entonces se podrá vivir en esas ciudades subterráneas, allí donde todavía la luz es intermitente; y será anfitrión Hyperion, que como un Salvador, y con sus raíces y su “fuerza misteriosa” reinará, y habrá millones de árboles luminosos; y para siempre crecerá la Compasión en esos lugares donde es urgente iluminar a cada uno de sus seres…