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BBC Mundo
En la segunda vuelta de unas intensas elecciones llenas de sobresaltos, Petro le ganó por tres puntos porcentuales a Rodolfo Hernández, un empresario de la construcción que llegó a amenazar la victoria de quien fue el favorito por meses en las encuestas.
Pero la campaña eficiente y carismática de Hernández no fue suficiente para vencer el proyecto de reforma profunda prometido por Petro, que incluye a una vicepresidente afro y activista de los derechos ambientales, Francia Márquez, y promesas de cambio en casi todos los ámbitos, sobre todo en lo social.
Márquez, además, aporta un discurso de inclusión de poblaciones como los afro y los indígenas, y tiene un marcada visión feminista y de igualdad de género.
Los ejemplos de gobernantes de izquierda son esporádicos en los 200 años de historia republicana de Colombia: hubo progresistas en el poder, pero ninguno que haya construido su figura política en contraposición a los gobernantes «de siempre» como Petro.
Mucho menos que se haya educado en el colegio público de un pueblo, que hubiese pasado una década en la guerrilla y que tenga una visión antagónica del modelo económico y político que ha regido al país por dos siglos.
La victoria del economista experto en medio ambiente es tan significativa que va más allá de su figura: es parte de un proceso histórico que comenzó con la progresista y garantista Constitución de 1991, pasó por complejos procesos paz con las guerrillas y ahora se materializa en una presidencia que espera atacar la desigualdad y la violencia, dos males que hacen de Colombia un país casi único en el mundo.
Durante décadas ese proyecto no tuvo los suficientes adeptos para ganar la presidencia, entre otras cosas porque la mayor participación electoral suele darse en regiones donde la pobreza y la violencia no se viven a flor de piel.
Pero esta vez Petro logró no solo activar la participación en zonas periféricas, sino convencer a una gran cantidad de escépticos de que su presidencia no llevaría a Colombia al camino de la vecina Venezuela.
La del domingo fue la participación electoral más alta desde 1998. Las periferias más pobres del país, en las costas Caribe y Pacífico, votaron masivamente por Petro.
Se impuso con la cifra récord de 11,2 millones de votos tras sumar más de 2,7 millones a los 8,5 que ya le votaron en primera vuelta.
Para eso tuvo que usar estrategias controvertidas y aliarse con algunos de los miembros más oscuros de la desprestigiada clase política; movidas que le costaron en las encuestas, pero no lo suficiente para perder.
Al final, primó el proyecto de «un cambio por la vida».
Estas son, pues, las tres claves de su triunfo histórico.
1. 40 años de carrera: de la guerrilla a la moderación
A Petro le achacan que es testarudo, terco, incluso déspota, pero son pocos los que niegan su sentido de la perseverancia.
Desde que entró a la guerrilla del M-19 a sus 17 años, en 1977, Petro ha trabajado de manera obsesiva para denunciar los males de Colombia y proponer cambios estructurales.
Tras su paso por la guerrilla urbana de corte socialdemócrata, Petro fue uno de los congresistas más sonados en la historia reciente, gracias a sus denuncias de vínculos entre políticos y paramilitares, violaciones de derechos humanos en el Estado y un discurso sustentado y ponderado.
En 2012 fue elegido alcalde de Bogotá, el segundo puesto más importante del país. Su administración fue un dolor de cabeza para todos, incluido él, destituido durante unos meses antes de ser rehabilitado. Pero salió de la capital como el principal líder de la oposición a «los de siempre» y este domingo ganó con amplia mayoría en la capital.
Durante la última década se dedicó a construir la candidatura que ahora lo lleva a la presidencia. Con el tiempo fue moderando su discurso de izquierda hacia una propuesta de reconciliación que incluyera a los diferentes.
Su victoria fue solo posible cuando logró espantar los miedos de quienes temen que expropiará, se reelegirá o acabará con las importaciones. Para todo eso hizo renuncias y promesas de corte moderado.
Para esta elección, además, creó una coalición de fuerzas alternativas denominada el Pacto Histórico, que por un lado contó con políticos polémicos ligados a la corrupción y la «politiquería» que él mismo denunció, pero por el otro incluyó a los millones de colombianos pobres, afros e indígenas que por años estuvieron por fuera del sistema político, incluso a pesar de los esfuerzos de la Constitución de 1991.
La victoria de Petro se debe, en parte, a su perseverancia. Pero también a que supo representar un proyecto inclusivo que llevaba décadas postergado.
2. Un momento político propicio: un nuevo país tras la paz
Hace cuatro años, Petro perdió la presidencia contra Iván Duque debido, en parte, a la polarización que generó el proceso de paz con las FARC, firmado en 2016, tras 50 años de conflicto.
Pero durante la presidencia de Duque el país cambió, o sus cambios se hicieron más visibles: hubo dos estallidos sociales que revelaron la necesidad de activar las reformas aplazadas y una pandemia que solo agudizó esa desigualdad que tanto duele a la mitad de los colombianos que viven en la pobreza.
Duque, además, quedó atado a su mentor, Álvaro Uribe, un popular político que fue acusado por la justicia, y a la vieja clase política tradicional que parece alejada de los problemas cotidianos de la gente.
En estos cuatro años quedó claro que el proceso de paz, por mucha división que generara en su momento, abrió el espectro para que los colombianos se preocuparan por cosas distintas a la guerra: los derechos humanos, la economía, la educación pública o el medio ambiente.
Los presidentes en Colombia solían ser elegidos por su postura ante el conflicto. Petro es el primero que es elegido por su agenda económica, social y cultural.
La página de la guerra, con la violencia todavía presente en algunos territorios de Colombia, quedó un poco más atrás este domingo.
3. La crisis de la clase política tradicional
Colombia nunca ha sido gobernada por alguien como Petro porque, entre otras razones, la derecha siempre fue muy fuerte.
Aliada al empresariado, a las Fuerzas Armadas y a los medios de comunicación, la élite política que manejó los partidos tradicionales, Liberal y Conservador, gozó de un apoyo electoral que hasta ahora había sido implacable.
En Colombia siempre existió un relativo consenso sobre el modelo político y económico de centroderecha que debía implementarse.
Ese consenso generó décadas de estabilidad política y económica que impidieron los impulsos autoritarios y los saltos de inflación o decrecimiento. Pero también creó un país excluyente en el que la mitad de la población no se sentía representada y que vive bajo alguna forma de pobreza.
Durante los últimos años, esa población empezó a ser reconocida por las élites intelectuales, políticas e incluso económicas. Con el tiempo entraron al Congreso, a las universidades, a las empresas.
Y con eso se generó una desconfianza profunda hacia la clase dominante que representan Duque, Uribe y los expresidentes César Gaviria y Andrés Pastrana, que seguían inmiscuidos en polémicas que repetían guiones trillados.
Tanto es el rechazo a los políticos tradicionales que ni siquiera llegaron a segunda vuelta: el candidato de la derecha en la elección del domingo, Rodolfo Hernández, es un outsider que creó su cuadro político en oposición a los de siempre.
Por eso la victoria de Petro se explica, también, por la crisis de los políticos tradicionales. Porque, por primera vez, ese país por décadas excluido les dijo «no más».