

News Press Service
El País
Milagros Perez
Muchos analistas tienen dificultades para calificar la deriva surrealista que está tomando el segundo mandato de Donald Trump. Las cancillerías y buena parte de la política norteamericana digerían, atónitas, sin saber cómo reaccionar, la frivolidad con la que el presidente de EE UU propuso un plan de limpieza étnica en Gaza para construir en su costa una nueva y «maravillosa» Riviera americana.
Ante la estupefacción general, salvo en Israel, la portavoz de la Casa Blanca reafirmó el plan de Trump pero trató de matizar y rebajar su alcance. Dijo que la deportación podía ser temporal y que no habría soldados de EE UU sobre el terreno. Pero lo que había dicho Trump no permitía muchos matices: está grabado, y es claro como el agua.
La ONU y el mundo árabe rechazaron de inmediato la propuesta de Trump de expulsar a 1,8 millones de palestinos de Gaza de forma permanente y su traslado forzoso a Egipto, Jordania y otros países. Llegó a decir que ya sabe que estos países no lo aceptan, pero ya se encargará él de que quieran. El secretario general de la ONU, António Guterres, advirtió contra “cualquier forma de limpieza étnica”, los países árabes rechazaron de plano lo que consideraron un despropósito que puede inflamar la región y la UE apeló, con cierta tibieza, a la solución de los dos Estados. |

Netanyahu, que ayer seguía su periplo de encuentros al más alto nivel en Washington, estaba exultante. Trump se había ofrecido a terminar lo que él había empezado con bombardeos masivos de la población civil.
Una operación de limpieza amparada y financiada por EE UU que Trump quiere ahora que revierta en beneficio de EE UU.
Pero como explica Antonio Pita en esta crónica, con quien mejor conecta Trump es con la ultraderecha supremacista israelí, cuyo sueño histórico es erradicar del territorio todo vestigio palestino.