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El estrés hídrico, extraer más agua dulce de la disponible, afecta a 17 países y es una amenaza para el desarrollo sostenible, la seguridad alimentaria y los bosques. Aumentar la eficiencia agrícola, mejorar la salud de los humedales y reducir el despilfarro son algunas soluciones.
En el idioma quechua, el agua recibe el nombre de yaku y al viento lo llaman waira. Durante siglos, estos elementos han sido fundamentales en las culturas de América del Sur. Hoy, la unión de estas dos palabras ha servido para dar nombre a Yawa, una tecnología sostenible que permite obtener agua a partir de la humedad atmosférica.
Yawa es una iniciativa del joven Max Hidalgo, quien se inspiró en la naturaleza para hacer frente a uno de los problemas a los que se enfrentan numerosas comunidades de Perú: la falta de acceso al agua. Con ella se espera reducir el estrés hídrico, una de las amenazas más graves para el desarrollo sostenible a la que nos enfrentaremos durante las próximas décadas.
Cuando no se cubre la demanda
El estrés hídrico hace referencia a la situación que se da cuando la demanda de agua es más alta que la cantidad disponible. De acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), un estrés hídrico elevado puede tener consecuencias devastadoras para el medioambiente y dificultar (e incluso revertir) el desarrollo socioeconómico.
Se estima que en 2018 se extraía el 18,4 % del total de los recursos renovables de agua dulce disponibles a nivel mundial. Sin embargo, en algunas regiones del planeta el porcentaje es mucho mayor. El estudio ‘Progress on the level of water stress’, publicado por la FAO en 2021, muestra que la media mundial oculta enormes variaciones regionales. En algunas zonas de Asia y África, por ejemplo, se llegaba a extraer entre el 75 y el 100 % de las reservas totales de agua.
De acuerdo con el World Resources Institute, 17 países de todo el mundo (hogar de una cuarta parte de la población mundial) se enfrentan a niveles muy altos de estrés hídrico. En ellos, actividades humanas como la agricultura contribuyen a consumir más del 80 % del suministro disponible cada año. Entre los países con mayor estrés hídrico están Catar, Arabia Saudita o La India.
Sin embargo, el estrés hídrico va más allá de estos 17 países. Otras naciones del mundo tienen aseguradas sus reservas de agua a nivel nacional, pero cuentan con zonas en situación de estrés. Entre ellas, la FAO destaca Chile, Perú, China, México o EE. UU., por ejemplo.
A menudo, el estrés hídrico afecta de forma más aguda a las personas más vulnerables. La falta de acceso al agua les impide combatir enfermedades, afecta seriamente a sus actividades económicas (sobre todo, a las que giran alrededor de la agricultura) y pone en riesgo su seguridad alimentaria. Además, el estrés hídrico impacta de forma especialmente grave en otros seres vivos que dependen del agua para sobrevivir: los árboles.
La mortalidad de los bosques
El cambio climático es una de las principales causas del estrés hídrico en la vegetación. “En zonas como el Mediterráneo, el cambio climático se traduce en escasez de precipitaciones y olas de calor cada vez más abundantes y fuera de temporada”, explica Alberto Vilagrosa, profesor de Ecología de la Universidad de Alicante e investigador en la Fundación Centro Estudios Ambientales del Mediterráneo (CEAM). “Esto, junto a otras causas relacionadas con el manejo de los ecosistemas, hace que los bosques sufran un mayor estrés hídrico”.
De acuerdo con la sección del último informe del Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC) dedicada al Mediterráneo, muchas zonas de esta región son cada vez más secas. Se calcula que por cada grado que aumente la temperatura, las precipitaciones pueden llegar a reducirse hasta un 4 %, y que hasta un 80 % de las tierras del Mediterráneo verá aumentar las sequías si no se reducen las emisiones de gases de efecto invernadero.
“La variabilidad de precipitaciones y los largos periodos secos estivales hacen que la vegetación mediterránea esté más adaptada al estrés hídrico que la de otras regiones del globo. Sin embargo, el régimen de estrés hídrico actual no es el habitual, está cambiando”, señala Vilagrosa. “Hay más periodos de sequía, sequías fuera de temporada y periodos secos estivales más largos, que generan situaciones De acuerdo con el profesor, en caso de estrés hídrico la vegetación pasa por diferentes fases. En un principio, empieza a faltarle el agua, pero puede resistir. Si la situación empeora comienza a sufrir daños, en un principio suaves y después cada vez más importantes. “En los casos más extremos, se da mortalidad de plantas, y en los más leves, falta de productividad y de vigor de la vegetación”, explica.
Muchas veces, las consecuencias para la vida vegetal no se limitan a los periodos de sequía, sino que se manifiestan también a largo plazo. “Tras un episodio de estrés hídrico muy intenso, algunas plantas quedan afectadas y muestran menos vigor, mayor sensibilidad ante plagas y dificultades para continuar con su crecimiento. Es decir, menor capacidad para hacer frente a cualquier problema que pueda surgir”, indica Vilagrosa.
Un futuro ligado al agua
Uno de los retos de las próximas décadas pasa por hacer un uso eficiente de los recursos hídricos en todos los sectores para asegurar que no se extrae más agua dulce de la disponible. Esta es una de las metas del Objetivo de Desarrollo Sostenible (ODS), número 6: garantizar la disponibilidad de agua, su gestión sostenible y el saneamiento para todos en 2030.
De no establecer medidas, el estrés hídrico afectará a cada vez más poblaciones y regiones del mundo, a medida que el crecimiento demográfico y la urbanización sigan incrementando la demanda de agua.
Existen numerosas soluciones para mejorar el uso de este recurso. Entre ellas, están aumentar la eficiencia de los sistemas agrícolas, optimizar las infraestructuras grises (como tuberías y plantas de tratamiento), mejorar la salud de humedales y cuencas hidrográficas y reducir el despilfarro de agua.
En lo referente a los bosques, la solución está en mejorar sus condiciones. “Hasta ahora se invertía mucho en repoblación, y quizá estemos en un momento en el que deberíamos cuidar los bosques que ya tenemos. Garantizar que mantengan unas densidades capaces de hacer frente al estrés hídrico y evitar que entren en bucles negativos tras los años más secos”, señala Vilagrosa.