News Press Service
Por Elías Prieto Rojas.
Pude ver la cinta. Rápidos y furiosos 9. Trae escenas que se salen de lo normal. Un chéchere desvencijado e inservible volando en medio de la tranquilidad espacial. Una persecución de carros estrafalarios que aceleran en medio de caminos irregulares y cuya batalla se rueda entre precipicios sin fondo, y en medio, y con la asesina compañía de minas quiebrapatas que estallan al producirse el doloroso guiño de víctimas y verdugos, donde el cineasta sufre porque ni el más avisado sabe quiénes son los buenos, ni tampoco los malos, porque la guerra no elige, sino que su brutalidad es una simple máquina para matar. Y un tanque que es más rápido que todos los rápidos y que es más fuerte que todos los fuertes y que como el caballo de Atila -qué comparación más absurda- donde pisa no crece la hierba… Y la gran mayoría de sus aventuras enmarcadas con los condimentos extras de lianas de acero que levantan en vilo el carro de los «héroes» rescatándolos de una caída libre sin saber si es mejor vivir que morir puesto que la adrenalina salva de cualquier apoplejía. Un despegue tipo Apolo en viaje hacia el planeta Marte, o tal vez hacia el infinito, da lo mismo: cualquier destino sirve, si lo que se trata es de impresionar a los ingenuos mortales. Dos hermanos, uno de ellos, desaparecido después de muchos años, y el otro brother -Dom Toretto- que termina no aceptando a su pariente, pero que se muestra como un padre ejemplar. Este último desadaptado, es progenitor de un chico que sirve de relleno en la película, porque ni llora ni se alegra con su padre ni con su madre. Vaya retazo de filme. Me dormí. Mercado asiático: escozor produce saber que en mayo pasado, ésta misma película batió récord de taquilla alcanzando la cifra de 162.4 millones de dólares en su lanzamiento durante un fin de semana. He cavilado un poco sobre el mensaje y empiezo a descubrir que el cineasta postmodernista -y de ahí su aceptación fílmica- quiere evadirse de la realidad, pero enceguecido al querer también soñar con lo que le pongan por delante, intenta alterar sus sentidos con visiones apocalípticas donde la destrucción garantiza la supervivencia en una contradicción, según la cual se sigue la filosofía del terrorista: «Si todo anda mal, para mí mucho mejor». Habrá que traer al Capitán América y a todos los superhéroes para que la humanidad pueda de nuevo dormir en paz; pero nos tocará rodearnos de otros guasones y de pingüinos y de otros bandidos clásicos para que la fiesta continúe…