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POR Gerney Ríos González
El departamento del Tolima con una extensión de 23.562 kilómetros cuadrados, de norte a sur, de oriente a occidente, cuenta con una gran riqueza autóctona y arqueológica, una mixtura de razas de todas las latitudes del planeta, que tuvo de referente a la ciudad de Armero, Tolima, donde vivían asiáticos, europeos, árabes-africanos y americanos, hasta el fatídico 13 de noviembre de 1985.
Seria en la década 1967-1977 que en la denominada “Ciudad Blanca de Colombia”, nos familiarizamos con la arqueología, ciencia integradora de la antropología y la paleontología, que permite auscultar realidades ancestrales a través de restos humanos, fósiles y guacas, del quechua huaca, que significa ídolo o cosa sagrada, sepultura de los antiguos indígenas, tesoro escondido, definición que nos entregaba, Edgar Efrén Torres, profesor de biología y prehistoria en los colegios Instituto Armero y San Pio X , director del Centro de Investigaciones Carlos Roberto Darwin , en homenaje al naturalista y fisiólogo inglés, autor de la teoría sobre la evolución de las especies.
La cultura arqueológica en Armero, permitió que, en la cordillera, parte oeste que comprende San Pedro, Chinela, Alto del Oso y Frías, rica en oro y plata y, la parte oeste donde se ubican los farallones en la ruta hacia el rio Magdalena con Maracaibo y Méndez incorporados, sus moradores buscaran estos tesoros guardados debajo de la tierra. Anécdota para contar, un pariente cercano, ubicó en agosto de 1973, en su finca ubicada entre San Pedro y Frías una guaca panche, y enterado que el entonces afamado Indio Rómulo se encontraba hospedado en el hotel San Lorenzo, se la llevó para que le diera su concepto, quien ipso-facto, expresó, “ya regreso”, lo sigue esperando.
El Tolima estuvo poblado durante siglos, antes de la invasión de Cristóbal Colón Fontanarrosa por razas baqueteadas de origen caribe que comprendían las tribus panches, pijaos, putimaes, pantágoras, yalcones, bledos, coloyes, guarinoes, marquetones, tolaimas, gualies, bocanemes y, en la parte noroeste por la raza Quimbaya, diferente a las anteriores. Cada uno de los 47 municipios que integran el departamento tienen sus colectivos nativos con un sinnúmero de leyendas y vida pintoresca-tradicional que son motivo de investigación, que lo convierten en epicentro aborigen y originario.
De extremo a extremo, en el Tolima norte encontramos el patrimonio histórico y colonial, que hacen de la región un atractivo turístico y auténtico. Honda, la “Garganta de Oro” con sus calles angostas, monumentos atávicos y la gran cantidad de puentes, la asemejan a las principales ciudades del pasado. Sus primitivos pobladores fueron los indios Ondaímas y Gualíes, tributarios de los marquetones, pertenecientes al fiero linaje de los Panches, familia lingüística de los caribes.
En la esquina suroeste, límites con los departamentos del Cauca y Huila ubicamos a la tierra del obligado retorno, Planadas, con sus 1446 kilómetros cuadrados, municipio que ha firmado acuerdos de paz como el de Gaitania, referente de liderazgo ciudadano, en la construcción de un país en la búsqueda de la excelencia.
En los relatos de los acontecimientos y de los hechos dignos de memoria en Planadas, el rio Atá, formado por el Guayabero, Yarumal y Támara, permite realizar un recorrido desde ese entorno hasta el río Coello, originado por el proceso migratorio de gentes de raza blanca que invaden territorio indio, produciendo la reacción de los Pijaos.
Las tropas invasoras españolas, bloquean a los nativos en una operación envolvente. Desde el sur en el eje Timaná-Planadas, el irrupto Pedro de Añasco, ordena en 1540, incinerar vivo al hijo de la Cacica Gaitana, por considerarlo insubordinado, produciendo en la madre, furia e intenso dolor, quien se dedica a recorrer el área de los Yalcones, su tribu de origen, para reclutar hombres que enfrenten al violador hispano, encontrando de paso la solidaridad de los Paeces, Apiramas, Guanacas y Pijaos, sumados a la lucha de la bella mujer indígena.
La reacción de un millar de guerreros pijaos no se hace esperar, quienes, seguidos de sus familias, marcharon sobre Timaná para ponerse a órdenes del Cacique Pigoanza, líder de los colectivos que apoyaban a la Valiente Gaitana, logrando el objetivo de capturar a de Añasco y situarlo a disposición de la ofendida mamá. Y con el paso de los meses la gesta de la Cacica se olvida entre las selvas que arropaban el rio Atá, solamente 44 lanceros pijaos retornaban a su lugar de origen, señal de la desintegración de la rebeldía nativa, observados por el capitán Sebastián de Belalcázar, aparecido en tierras del Cacique Yaporox, en el área de Purificación, Saldaña, Guamo y El espinal en noviembre de 1538.
Mientras el tiempo de la Conquista finalizaba en 1550, al establecerse en Santa Fe, la Real Audiencia, mecanismo legislativo español con facultades administrativas, judiciales y políticas, comenzando la época de la Colonia, en el Tolima, varias tribus eran renuentes a someterse a esos dictámenes, como lo sucedido con el Cacique Catufa, quien en 1566 escogió morir antes que rendirse, lanzándose a las entonces torrenciales aguas del rio Saldaña, original y auténtica expresión de rebeldía Pijao, que se extendería por 77 años, marcando una huella de descontento racial.