News Press Service Por Elías Prieto Rojas
Y entonces el joven decidió enamorar a la muchacha con unos versos, donde la osadía –un grafiti, en una pared cualquiera-, ocupan la atención: “Lorena, iré por ti hasta el final del universo y mucho más allá”; pero luego de su inusual prueba de amor, el muchacho, con el pretexto, y buscando demostrar su fuerza, y para creerse el rey, y así ganarse el respeto de su amada, con base en “yo soy macho y te defiendo, y quien se vaya aprovechar de ti, tendrá que vérselas conmigo; y entonces aparece el pillo, y el varón desafiante le ladra y … no le gustó, no le gustó… miré a ver, y píntela como quiera, y sabe qué, mejor ábrase”; y la pobre chica toteada de la risa, antes del susto, lo agarra como puede de una mano, y lo saca del tinglado, y piensa para sí: “¡uff, de la que nos salvamos!”. La juventud es el espectáculo más grande de la vida; su ímpetu, el coraje, la osadía, también su irreverencia, e intentan cada día imponer su credo, válido por cierto, pero en últimas, como en los años sesenta, Woodstock, y “haga el amor y no la guerra”… pero ahora con tanta violencia, más de uno quiere demostrar que es bien, pero cojonudamente macho, y entonces cree que con músculos portentosos, y bíceps y tríceps harto desarrollados, y con ideas de impetuosa procedencia, como tener tres mujeres, y más, con eso es suficiente para demostrar su valor como individuo; creo firmemente en la juventud, respeto sus costumbres, sus ideas, sin embargo, soy de la vieja guardia, y es ahí donde me quiero detener para decirles, a quienes leen estas líneas, que los viejos hace muchos años atrás, enamoraban a las damas con versos, y papelitos clandestinos, entregados subrepticiamente en medio de la timidez y el nerviosismo; y al fin y al cabo las chicas inquietas por la cercanía del galán de turno, se rendían ante sus halagos y dulces palabras como “tú eres mi reina”, “nadie como tú”, “iré al fondo del mar para conquistarte”, y otra serie de rimas y de sonsonetes que enamoraban. Así como lo oyen, enamoraban. Y las serenatas eran toda una experiencia de ternura donde el novio, o el aspirante a serlo, “tiraba la casa por la ventana”, con tal de hallar una sonrisa, y suspiraba el pobre hombre con sólo verla. A la dama, a su reina, a la dueña de sus fantasías y sueños. Y el portentoso Armando Manzanero, desde su Méjico querido expresaba a punta de boleros… “Qué bonito cielo, qué bonita luna… reloj no marque las horas porque mi vida se acaba”… y entonces recuerdo ahora a los hermanos Arriagada con un clásico: “Tú me haces ver un mundo diferente, un mundo que no estaba aquí en mi mente, un mundo donde solo existe amor, allí donde jamás llega el dolor”… eran otros tiempos. En una cadena de televisión gringa, ayer entrevistaron al bolerista de América, Armando Manzanero. Tiene ochenta y cinco años. Lúcido, despierto, todavía dueño de las palabras y de su piano. En el 2014 recibe un Grammy a su trayectoria artística. En ese mismo año, los Beatles reciben también el mismo galardón. Por estos días, la revista Billboard le dará a Manzanero un premio también a su labor como poeta y compositor. Y Manzanero puso la piel de gallina a quienes ayer lo escuchamos… “Contigo aprendí que existen nuevas y mejores emociones… contigo aprendí a ver la luz al otro lado de la luna… contigo aprendí que tu presencia no la cambio por ninguna… y me muero por tenerte junto a mi”… es el bolero, es Armando Manzanero, es la música con que se enamoraron nuestros abuelos, padres, su madre, la mía, la suya. Y culmina Camilo Egaña, el presentador de CNN, confesándole a Manzanero: “Me está haciendo muy feliz, a mí y a mis televidentes”… pero quién no va a ser feliz escuchando un bolero. Y cualquier dama se rinde ante el amor de su hombre y a su galantería. “Tú me haces ver un mundo diferente, un mundo que no estaba aquí en mi mente, un mundo donde sólo existe amor, allí donde jamás llega el dolor”…
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