Por Elías Prieto Rojas
Bogotá. News Press Service. Cuando evocó el pasado me lleno de nostalgia al recordar épocas pretéritas, y sobre todo mi infancia… qué bellas y cálidas reminiscencias enriquecen la imaginación en esas horas de fantasía que nunca se detienen, ni con el tiempo, ni con las auroras, y donde la mente y el corazón empiezan a rodar su propia película; y entonces aparece mi madre sonriente, y todos, y cada uno de quienes formaron parte, y esencia, de mis añoradas travesuras infantiles.
Y no hallo otro momento para solazarme, y disfrutar, pues ésta es una oportunidad única y que me produce brillo, como el oro al permitirme darle sentido a esos instantes “locos”, y cuya luz emerge de mi espíritu iluminando joyas y tesoros: pura inspiración de Aladino para volverme el genio que suelo ser cuando departo con mis amigos, o con mis seres queridos, o con mis profesores, o amigos, o estudiantes, mejor dicho: me convierto en el rey del mundo.
Y canto. Y bailo.
Y entonces evoco la casa de mis padres y hago piruetas y todo se transforma en un gran árbol de navidad que se enciende como una zarza para darme calor y protección para beneficio de mis vivencias diarias.
Y sueño con luces y juegos pirotécnicos que como serpentinas dibujan arabescos en el cielo dándole diseño y vuelo a la vida con sus mágicos colores; y me acompañan ciertas almas buenas que yo llamo mi familia, y también siento la energía de quienes pasaron e influyeron en esa bendecida casa cargando sus albricias y pertenencias: la gran piñata que recuerdo, celebro y rompo para que caigan miles de dulces y carritos, ciclistas y canicas; la existencia fértil y agradable signada por las alegrías del hogar, para ese niño, el mismo que todavía soy…
Aunque ahora no poseo, y ese es mi pesar, la casa de mis viejos, ni el camión de palo, ni mi balón de fútbol, ni a mi madre, ni a mi padre; y mis hermanas viviendo bien lejos… estoy triste, porque pasé por el barrio donde nací y la casa de mis viejos ya no es mía, ni de mi familia; todos, los hijos, en una equivocada decisión vendimos la residencia donde nos solazábamos de niños y con ella se nos fue nuestra historia y se refundieron las raíces, y el olvido ahora nos abraza como un gran león que intenta devorarnos.
Ya nada nos queda…
(Escribí esta poesía, y su historia la hice mía desde hace muchos años, cuando alguna vez llegué al hogar de un amigo y lloré de dolor porque vi que su casa, de vieja, se resistía a morir) …
VENDO UN LOTE
Ya no me preocupa
dónde vivir
si estuve
en mi pueblo
y vi
que mi infancia
ya no estaba:
la casa de mis padres
invadida de pasto
y el patio
donde jugaba canicas
ahora
se convirtió en basurero;
“Gitano”, mi perro
se murió
y mis amigos lejos…
y el último árbol
que quedaba
lo cercenó el progreso
para construir
un nuevo establo.
Los pájaros se fueron…
y la maleza
lo está tapando todo,
lo único
que me resta
es poner un aviso
con letras negras:
“Vendo un lote” …
Amigo o amiga lectora; de la edad dorada, o joven, o adulto… y si quieres aceptar mis palabras: nunca vendas la casa de tus viejos; consérvala, restáurala, defiéndala, o si lo prefieres, y si tienes el dinero, cómprala; algún día le podrás decir al mundo con el orgullo natural de un ser agradecido con tus viejos: esta es la casa de mis viejos, aquí nací yo…
Hoy es miércoles 9 de febrero de 2022.
