Por Carlos Villota Santacruz
Internacionalista, experto en marketing político, marketing de ciudad, periodista. Escritor
Bogotá, agosto de 2024. News Press Service. Cuando en la Colombia de la década de los años 50, no existían las grandes ciudades y vías, un joven italiano llegó a la selva antioqueña, en la región de Chigorodo.
Se trataba de Antonino Mascheroni Manighetti. Era un niño de 2 años contagiado de difteria y tifo. Una enfermedad de la época en un país tropical como Colombia.
La familia proveniente de San Remo. Muy numerosa con raíces de Milán, Bérgamo y Vichenza. Un total de 30 personas. Desplazadas por la segunda guerra mundial. «Una época que recuerda con alegría. Siempre le acompaño la magia del juego de carritos y montar en bicicleta. También el fútbol», dice
Con su dialecto italiano enfrentó la etapa del colegio. «Pasaron cuatro meses para aprender el español con oraciones completas. Para mantener el diálogo con sus profesores y compañeros de aula de clase.
Con el paso de las manecillas del reloj, en la juventud «el Bambino emperador» se convirtió en un profesional de artes marciales, pintura y el deporte.
Del departamento de Antioquia la familia Mascheroni pasaron a Cundinamarca, cerca a Bogotá. Fue en la capital de Colombia que el «Emperador Italiano escuchó por primera vez la palabra Chía. La llamada la Ciudad de la Luna».
En la década de los 80 la vida lo llevó a trabajar en una Siderúrgica en el municipio de Cajica. Fue en ese período que comenzó a caminar y hablar con los habitantes de Chía, un municipio ubicado en la Sabana Centro de Cundinamarca.
«Habla duro, claro y recio. Su personalidad para algunos fascinante. Para otros controvertida. «Se ganó el respeto de la gente. Así llegó al cargo de Juez de Paz de Chía por elección de la comunidad. Un hecho inédito en la historia de la ciudad».
Desde este rol, elevó la aplicación de la justicia a un escenario de diálogo, construcción de consenso, educación y pedagogía. «Tiene fama de millonario. Siempre viste muy elegante».
En alguna oportunidad, una mujer que estuvo a la puerta de perder su casa, le calificó como el «Emperador de Roma en Chía».
Era un señora de respeto dentro y fuera de la comunidad. Cuando camina por la zona histórica de la «Ciudad de la Luna», sus había lo saludan. Le agradecen. Lo invitan a un café. Incluso a almorzar.
Siempre lo buscan para contar su servicio profesional como Juez de Paz de Chía. Una investidura que la llevó a otro nivel.
Al nivel de la aplicación de la justicia. De la Constitución de Colombia de 1991. «Me hago respetar. Hago respetar los derechos de la gente desde mis raíces italianas, a las que amo», sentencia con un café del país del realismo mágico en el mundo.