Washington. News Press Service . Las recesiones causan estragos y los daños suelen ser duraderos. Las empresas cierran, el gasto de inversión se reduce y la gente sin trabajo puede perder sus aptitudes y la motivación a medida que los meses se alargan, dice el Fondo Monetario Internacional.
Pero la recesión provocada por la pandemia de COVID-19 no es una recesión común. En comparación con crisis internacionales anteriores, la contracción ha sido repentina y profunda; según los datos trimestrales, la reducción del producto mundial fue aproximadamente tres veces más que durante la crisis financiera mundial, y en la mitad de tiempo.
Hasta el momento, se ha evitado en gran medida la tensión financiera sistémica, asociada a daños económicos duraderos, gracias a las medidas de política económica sin precedentes que se han adoptado. Sin embargo, la senda de la recuperación sigue siendo un reto, en especial para los países con margen de maniobra fiscal limitado, y el impacto diferencial de la pandemia hace que sea más difícil.
Enseñanzas de la historia
El grado de recuperación dependerá de la persistencia de los daños económicos, o «secuelas», a mediano plazo. Estos daños variarán según el país, dependiendo de la trayectoria futura de la pandemia; la proporción de sectores de contacto intensivo; la capacidad de las empresas y los trabajadores para adaptarse, y la eficacia de las respuestas de política económica.
Estas incógnitas hacen difícil predecir el alcance de las secuelas, aunque sí pueden extraerse algunas enseñanzas de la historia. Las recesiones graves pasadas, en especial las profundas, se han asociado a pérdidas permanentes de producto derivadas de la caída de la productividad. Aunque la pandemia ha impulsado el aumento de la digitalización y la innovación en los procesos de producción y distribución —al menos en algunos países—, la reasignación de recursos necesaria para adaptarse a una nueva normalidad podría ser mayor que en recesiones anteriores, lo que afectaría al aumento de productividad en el futuro. Otro riesgo es el crecimiento, motivado por la pandemia, del poder de mercado de empresas dominantes, que se afianza cada vez más a medida que los competidores quiebran.
La productividad también se ha visto afectada por las perturbaciones que ha provocado la COVID-19 en las redes de producción. Los sectores de contacto intensivo, como actividades artísticas y espectáculos, alojamiento y restauración, y comercio mayorista y minorista, son menos esenciales para las redes de producción que, por ejemplo, el sector de la energía. Pero el análisis histórico muestra que incluso los shocks en estos sectores periféricos pueden amplificarse enormemente a través de los efectos secundarios en otros sectores. El cierre de restaurantes y bares, por ejemplo, puede afectar a las explotaciones agrarias y vinícolas, dando como resultado una menor demanda de tractores y otros equipos agrícolas. Así, aunque el impacto inicial de la pandemia se concentró en los sectores de servicios de contacto intensivo, dada la magnitud de la perturbación, se produjo una amplia desaceleración.
Implicaciones a mediano plazo
Pese a que el crecimiento es más alto del previsto en plena recuperación de la economía mundial del shock de la COVID-19, se proyecta que, en 2024, el producto mundial a mediano plazo sea aproximadamente un 3% menor de lo proyectado antes de la pandemia. Debido a que se ha preservado en gran medida la estabilidad financiera, se espera que las secuelas sean menores de lo vivido tras la crisis financiera mundial.
Sin embargo, a diferencia de lo sucedido durante la crisis financiera mundial, se espera que las economías de mercados emergentes y en desarrollo tengan secuelas más profundas
INGRESO.
Esta divergencia entre países es consecuencia de las distintas estructuras económicas y de la magnitud de las respuestas de política fiscal de los países. Debido a cómo se transmite el virus, se prevé que las economías más dependientes del turismo o con una proporción mayor de sectores de contacto intensivo, como son las islas del Pacífico y la región del Caribe, experimenten pérdidas más permanentes. Por ejemplo, se estima que, en 2024, el PIB de las islas del Pacífico sea un 10% menor de lo proyectado antes de la pandemia. Muchos de estos países también cuentan con una capacidad y un margen de maniobra de la política económica más limitados para poder incrementar la importante respuesta sanitaria y apoyar los medios de subsistencia.
En todos los países se han producido cierres generalizados de escuelas, pero los impactos adversos sobre el aprendizaje y la adquisición han sido mayores en los países de bajo ingreso. Las pérdidas resultantes de ingresos individuales a largo plazo y los daños a la productividad agregada podrían ser un legado central de la crisis de la COVID-19.
Políticas para limitar las secuelas
La experiencia de recesiones anteriores pone de relieve la importancia de evitar las dificultades financieras y garantizar políticas de apoyo eficaces hasta que la recuperación esté consolidada.
Los países tendrán que adaptar sus políticas a las diferentes etapas de la pandemia, con una combinación de apoyo mejor focalizado en las empresas y los hogares afectados, así como con inversión pública. A medida que la cobertura de la vacuna mejore y las limitaciones de suministro se reduzcan, estos esfuerzos deben centrarse en tres prioridades:
- En primer lugar, revertir el retroceso en la acumulación de capital humano. Para hacer frente al aumento de la desigualdad que probablemente resulte de la pandemia, deben ampliarse las redes de protección social y asignarse recursos adecuados a la asistencia sanitaria y a la educación.
- En segundo lugar, respaldar la productividad mediante políticas que faciliten la movilidad laboral y promuevan la competencia y la innovación.
- En tercer lugar, impulsar la inversión en infraestructuras públicas, en especial en infraestructuras verdes, que contribuyan a atraer inversión privada.
Por último, es necesario fortalecer la cooperación internacional para abordar la cuestión de la creciente divergencia entre países. Es fundamental que las economías con limitaciones financieras tengan acceso adecuado a la liquidez internacional para el gasto en desarrollo. En el frente sanitario, esto significa también garantizar la producción adecuada y la distribución universal de vacunas —entre otras cosas, con financiamiento suficiente para la iniciativa COVAX — para ayudar a los países en desarrollo a hacer retroceder la pandemia y evitar secuelas aún peores.