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Por Elías Prieto Rojas
En plena madrugada mi computador de escritorio se trabó y entonces me dediqué a leer periódicos del mundo, y en El Español encontré datos sobre la cívica, materia que ya no se promueve en las instituciones educativas, de seguro porque las redes digitales y la tecnología marcan el paso, en estas épocas, donde el encierro produce interés creciente en todo aquello, que podría llamarse: «Cómo hago para ser una persona solidaria, y visibilizar mi deseo sincero de ayudar a construir un mundo mejor». Y entonces desde acá, y con las ideas que me inspiró el matutino citado, quiero destacar los argumentos de la olvidada cívica, para ayudar a construir ese mundo ideal con el cual todo ser humano sueña. He aquí algunos datos que nos proponemos ir desarrollando, paso a paso. Hace carrera el tuteo en las administraciones públicas y en cualquier negocio que se precie de atender personas. Falta de respeto. Enseñan las buenas costumbres que los únicos que deben tutearte son quienes tienen confianza contigo; los otros que procuren ser como usted, sencillos. Porque alguien puede meter las de caminar al mirarte a los ojos y decirle «Qué pena con tu»… La injuria y la blasfemia en cuanto evento deportivo, aparece en el camino. Se agrede con un vocabulario soez y la grosería y el maltrato idiomático, por decir lo menos, hacen parte de la guerra verbal que enciende más de una pasión. Se escupe en la calle, o sobre el andén. Y se botan cáscaras de plátano o de naranja en cualquier sitio, y algunos lo hacen de manera desafiante. Se podría pensar que de no seguir esta corriente «pasaría a ser usted, un habitante de otro planeta». La desidia y grosería de muchos, se convierte, por la degradación de las costumbres, en una ley para las minorías. Y vienen repitiéndose las anteriores conductas con esa actitud clásica, según la cual, el Estado debe arrodillarse ante mí, porque éste «tiene la obligación de proveerme de todo». Y entonces dónde queda el decoro, y el pudor, la autogestión y el querer emprender y la iniciativa por su propia cuenta, valga la redundancia. Y se circula con motos plenos de ruido. Y los vendedores con su parafernalia de sonidos ofreciendo a pleno volumen el kilo de helado a dos mil, o la cubeta de huevos, o el tamal en promoción. Todos tenemos derecho al rebusque, pero en este caso, debe ser con discreto volúmen, y no a la seis de la mañana de un día cualquiera. Y lo hacen hasta con falsete: tamaaaaales, tamaaaaales. O gritar en lugares públicos. Y no recoger los excrementos de los perros. O silbar los himnos… Alguna vez, y hablando en una despedida, fin de año, el dueño de diez panaderías, luego de dos whiskys entre pecho y espalda, cogió uno de mis libros y lo lanzó despectivo sobre una mesa: «¿Y esto qué es?», haciendo gestos y torciendo su boca; creí que iba a escupir en el piso. Afortunado, no lo hizo, pero ese año nuevo sentí que faltaba, y falta mucho en mi país para lograr ser una nación plena de progreso y desarrollo. Porque mientras exista mala educación sobre la tierra, harto complicado es el futuro, porque con los ejemplos que cito arriba, se colabora; sólo que para llorar y la amargura y la agresividad. Escuchen, por favor, todos: es bueno pensar sobre la cívica y las normas de urbanidad. Y guardar las buenas costumbres. ¿Carreño, dónde estás?… Por ahora iré a ver si mi computador ya se destrabó. Porque en este momento, seis de la mañana, estoy llamando al especialista en informática. Y es un honor para mí, que ustedes, me lean. Gracias. Y hasta la próxima.
16. X. 20.